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La corrida de Miura en Madrid nos sirve de excusa cada año para acercarnos a la capital a ver toros y aprovechamos para montar una tertulia taurina antes y después del festejo con buenos aficionados. Este año nos organizamos para almorzar juntos algunos aficionados del tuitendido, que muchas tardes nos acompañamos viendo toros y comentando por esta red social el desarrollo del festejo.
Después, la corrida de Miura defraudó las expectativas. Ya saben ustedes de mi debilidad por este histórico hierro, pero las cosas no salieron como esperábamos. El primer toro tenía muy pocas fuerzas, fue protestado y cuando claudicó a la primera tanda de muletazos, la bronca del vociferante público madrileño fue mayúscula. Este primer miura le hizo mucho daño a la corrida poniendo al público en contra de los toros.
El lote de Castaño estuvo más en Miura, su primero tampoco estaba muy sobrado de fuerzas y los capotazos de Marco Galán, fueron los más destacado de la lidia. En su segundo, que hirió al mencionado subalterno en banderillas, y que tenía que torear, tampoco se la jugó el matador.
Lo de la repetición de Serafín Marín con la miurada en Madrid, después de discreta actuación del año anterior, no llego a comprenderlo. Este torero no quiere ver a estos toros, los mata en el caballo. Su primero, tampoco era un dechado de poderío, pero le dieron en varas como para que se le quitaran las ganas de moverse más. Así imposible. A su segundo le abrió un agujero el picador del tamaño de un mostachón de Utrera, y a pesar de ello llegó a la muleta con cierta nobleza y recorrido. Pero Serafín Marín se perdió en una faena de vulgares mantazos, mandando al toro lo más lejos posible. Fue despedido con una sonora pitada.
Menos mal que nos queda Rafaelillo. Siempre nos quedará Rafaelillo para los Miuras. Su segundo llegó al últimos tercio con un recorrido por el pitón izquierdo que sólo había visto él. Lo brindó al público por ello, y le enjaretó una faena al noble Miura muy torera. Justa de pases, adornándose, con cambios de mano, y variada. El miura era noble, pero era Miura. Y al poco que Rafaelillo hacia algún alarde de confianza, como mirar al tendido le echaba mano rompiéndole las taleguillas. Faena emocionante, con todo el público de Madrid entregado al torero (cuando hay emoción todos nos ponemos de acuerdo), y que de no fallar con los aceros estaríamos hablando de triunfo redondo con una oreja de peso o incluso dos.