Ayer tuvimos la fortuna de que la Familia Real aficionada a los toros se acercara a La Maestranza. El Rey, su hija y su nieta, honraron con su presencia la plaza de toros de Sevilla, en un gesto que los aficionados sabemos agradecer y valorar en los tiempos que corren. Cuando los lobbies pagados por las multinacionales de la industria de las mascotas nos llaman asesinos, maltratadores y otras lindezas, tenemos que agradecer que hoy seamos noticia cultural de primera página gracias a la presencia de la Familia Real en los toros.
Los toros, ¡Ya quisiéramos haber tenido toros! Previamente a la corrida, en las tertulias taurinas del “Groucho”, hablaba el ganadero de la ilusión que tenía puesta en la corrida, en cómo había escogido a los toros, en cómo los había movido para que llegaran a Sevilla en las mejores condiciones. Pero el hombre propone, y ya saben ustedes. Los otrora toros artistas, tuvieron poco de toro bravo y menos de artistas. Sin fuerzas ni alma, perdiendo las manos en muchos momentos, pero muy nobles y obediente, eso sí. Fíjense cómo será la cosa que el triunfador de la tarde fue un Enrique Ponce, un señor con 26 años de alternativa, que hace sus faenas de la barrera a la primera raya de picadores y que si la pasa, jamás pisará la segunda. Su primer toro supongo que no le daba miedo ni a él. Le cortó la oreja después de una faena pulcra y carente de emoción. Su segundo perdía las manos en cada lance, y ni Ponce, que pasa por ser de los mejores enfermeros del escalafón, pudo mantenerlo en pie y se lo devolvieron.
Por decir algo positivo el quinto pareció hacer buena pelea en varas, siendo muy aplaudido “Chocotate”, pero salía suelto de los caballos. Rafael Rosas y Luis Blázquez completaron un tercio de banderillas de categoría.
Roca Rey nos ha defraudado en parte. Cierto que los toros eran imposibles, pero no lo hemos visto ni tan seguro ni tan clarividente como otras veces. Al sexto lo llevó garbosamente galleando al caballo y cuando parecía que podía haber faena, le pegó un muletazo moderno por la espalda, sin venir a cuento, que derrumbó al toro, y ya se le paró. Intentó el arrimón ante un toro parado y moribundo, hasta que le echó mano, afortunadamente sin consecuencias.