La primera corrida del ciclo continuado de festejos de esta temporada 2018 se presentaba muy interesante. La ganadería de Torrestrella, que el último año había dado un juego magnífico y cuyo propietario D. Álvaro Domecq se ha pasado toda la semana en Sevilla recogiendo los premios del año pasado. Además, tres toreros sevillanos que tenían que romper: Javier Jiménez, Lama de Góngora y Pablo Aguado. A pesar del interés, la media plaza cubierta demuestra que el aficionado ha desertado definitivamente de los toros.
Los torrestrellas, algo peor presentados que la del año pasado, han dado un juego interesante, con matices. Quitando el primero que no tenía fuerzas y debió ser devuelto a la primera caída, el resto ha tenido la casta y las dificultades propias del toro bravo, por eso las figuras llevan años sin querer anunciarse con este hierro. Alguno nos recordó por qué, como el quinto, pero los restantes fueron toros que, a poco que se le hubieran hecho las cosas bien, eran de triunfo, y los toreros lo rozaron.
Es emocionante ver los toros galopando ir al caballo, en la de ayer casi todos lo hicieron, o arrancarse a la muleta, quizás pocas cosas más hermosas en el ruedo que un toro arrancarse al galope. Pero los toreros actuales están acostumbrados a otras distancias más cortas, o no se sienten cómodos dejándose llegar a los toros de lejos, o igual tenemos otros gustos. Los toros de ayer, con más distancia, perdiéndole pasos, hubieran ofrecido faenas mucho más emocionantes.
Javier Jiménez no acabó de cogerle el aire a su segundo. Lama de Góngora es un torero muy del gusto del público sevillano, y a pesar de ahogar un poco la embestida de su primero, hubiera cortado oreja si lo mata bien. En su encastado segundo estuvo digno. Pablo Aguado, del que sentimos la reciente muerte de su padre, fue el único que aprovechó la oportunidad. En su segunda corrida como matador de toros estuvo bien con en los dos, con el magnífico sexto mejor que con su primero. También sin darle mucha distancia a los toros, sí toreó con cadencia, ritmo y temple. Hubiera cortado una oreja en su primero de no fallar con la espada (esa manía actual de los toreros de matar en la suerte contraria a toros bravos) y cortó una merecida oreja en su segundo a pesar de pichar. Nos alegramos de su triunfo