Voy a los toros a la Feria de Algeciras desde hace muchos años. De joven, cuando ir a Algeciras era un viaje de verdad, iba con mi padre y nos quedábamos en el Hotel Reina Cristina. Por la noche bajaba a sus magníficos jardines a fumar porque todavía no lo hacía delante de él. Ahora voy invitado por el amigo Aurelio López a su peculiar caseta “La Hangarilla”, que está llena de cuadros taurinos, ya que cada año piden uno a un pintor para etiquetar con él su vino. Cuando planeamos la visita de este año, me apunté a la de Morante sin dudar. La del día anterior tenía más garantía por los toros. Después echaron para atrás toda la corrida, se sustituyó por una de Núñez de Cuvillo, y eso que salieron ganando ya que Perera indultó un toro.
En la caseta hablamos de toros durante el almuerzo y comentaban que la corrida era muy cómoda para el torero. Ya sabemos que lo de Juan Pedro está fatal, pero teníamos la esperanza de que en esa plaza con menos exigencias de toro y con menos kilos, quizás ayudaran al milagro diario de Morante, pero nada. Ni chico, ni grande, ni cómodo, ni artista: esto no embiste. Sólo el recibo de capote del primero de Morante desató el ole.
Lo demás nada de nada, o no andaban y si andaban algo era con genio. Morante, Manzanares y Cayetano lo intentaron por todos los medios, pero era imposible, los toros no tenían ningún poder y la emoción era imposible.
En la merienda de esta plaza, que ya saben ustedes que para entre el tercer y el cuarto toro, y mientras Morante le daba caladas a un puro de medio metro, se comentaba el fracaso del ganado, sin ninguna esperanza para la otra mitad de la corrida, y echaban de menos los toros del día anterior. Pero si me preguntan que si prefiero ver a Perera indultar un toro o ver a Morante torear de Capote, aunque sea lo poco que ha podido hacer hoy, yo, que quieren que les diga, me quedo con Morante.