Ayer nos llevamos una alegría cuando vimos al Príncipe de Asturias presidir la corrida de la Beneficencia de Madrid. Cierto es que fue en lugar de su padre convaleciente, pero no deja de ser una buena noticia que D. Felipe vaya a los toros, y que incluso aplaudiera alguno de los lances de la tarde.
A mí me da mucha pena que no haya salido con la afición de sus abuelos paternos o con la de su padre o su hermana Doña Elena. Se le ve asiduamente, y acompañado de su señora, en eventos deportivos. Ahí están, por ejemplo, en casi todas las finales de Nadal y en los partidos de futbol internacionales transcendentes. Los vimos saltar de alegría, como todos nosotros, cuando nos proclamamos campeones del mundo de futbol el año pasado. Pero para los toros, no parece tener afición. ¡Qué le vamos a hacer! Humildemente, entiendo que el futuro rey de España debería tener más presencia en la fiesta nacional.
La corrida de Victoriano del Río dejó poco para el recuerdo. La clásica peculiaridad de Juan Mora, el milagro del capote de Morante y el poderío y la técnica de El Juli. Poco para que D. Felipe haya quedado enganchado.