Lo que se prometía una agradable noche de toros con una temperatura ideal y en buena compañía tanto de amigos como de viandas, se convirtió, poco a poco, en una noche desagradable y larguísima. Dos novillos al corral y avisos en otros tres, significa que sólo uno se mató en su tiempo. Esto hizo que saliéramos de la plaza muy pasadas las doce y media de la noche, metidos ya en horario de madrugada, cuando una novillada sin caballos no debe ni de llegar a las dos horas.
Los novillos de Guardiola fueron difíciles para la terna, tenían mucho que torear y estos no supieron resolver los problemas que plantearon. Algunos metían la cara, con emoción incluso, pero se iban rajando a medida que se iban sintiendo dominados. El cuarto novillo estaba claramente fuera del tipo de sus hermanos, y cuajado no ya para pasar por los caballos, sino para parecer un toro. Aunque a los novilleros no les faltaron las ganas, con otros planteamientos de faenas quizás hubiéramos visto algún triunfo. Lo de los aceros imperdonable. Las escuelas taurinas, de donde proceden todos estos toreros, deberían incidir en la importancia de la suerte de matar y entrenarla en condiciones, porque no es que tuvieran la mala suerte de pinchar arriba, es que, en general, se tiraban a matar sin conocimiento ni convicción. Demasiados municipales.
Después de lo visto, no estaría de más plantearse lo de la vuelta a los seis novilleros. La noche tendría el aliciente de ver a uno nuevo cada vez que se abriera el chiquero, porque después de ver los fracasos de Páez y Jiménez en sus primeros novillos no hubiese pasado nada por dar la oportunidad a otros.
Lo mejor de la noche la magnífica entrada, que irá a más en próximos jueves hasta culminar con el de la “Velá”, el ambiente y la cantidad de gente joven, incluso niños en los tendidos. Es una oportunidad que aprovechan para ir a los toros familias enteras y nos merecíamos algo más entretenido.