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Después de una temporada sin asistir a festejos donde actuaran miembros des extinto G5 fuera de Sevilla, aprovechamos la doble comparecencia de Morante en Córdoba, para quitarnos el mono de figura del toreo. Y ciertamente mereció la pena. Dos carteles atractivos y rematados que aportaron sus cosas buenas y malas, pero siempre atractivas.
Empecemos por las malas. La peor la escasa asistencia de público. Media entrada raspando el viernes y algo más de media el sábado. Si estas pretendidas figuras son las que exigen el oro y el moro por anunciarse y después no son capaces de meter ni a 10.000 personas en la plaza, esto no tiene razón de ser. Es evidente que esto no funciona porque algo se está haciendo mal y que urge recomponerlo, si no es demasiado tarde.
Negativo también el comportamiento de Morante y sus representantes en la mañana del sábado a cuenta del ganado. La corrida de Núñez del Cuvillo tuvo problemas para pasar el reconocimiento y hubo de traer más toros. Para abreviar, había ocho toros aprobados, con dos raspando y otros dos un poquito, solo un poquito que yo los vi, por encima del resto. Morante (o sus representantes) se empeñó en que estos dos se quedaran de sobreros y entraran los dos benévolamente aprobados, mientras el presidente mantenía lo contrario. Hasta dos veces y de malos modos Morante (y sus representantes) se ausentaron con la amenaza de no torear y suspender la corrida. Al final el presidente transigió y Morante (o sus representantes) se salieron con la suya.
La corrida del viernes fue aburrida. El primer toro de Juan Pedro Domecq era noble y dulce hasta decir basta. Lo más parecido a embestir como un carretón que he visto en los últimos tiempos. Pues ni por esas Francisco Rivera fue capaz de dar un solo pase de categoría, perdido en un trasteo tan vulgar como anodino. El resto de la corrida se fue entre la poca fuerza y la menos casta del ganado, el tercero se le echó un rato a Manzanares después de la segunda tanda, y el viento que molestó mucho a los toreros. Morante quedó casi inédito, salvo unas verónicas a su segundo, a la espera del día siguiente.
La corrida del sábado, afortunadamente fue otra cosa. Los toros de Núñez del Cuvillo, más encastados y algunos magníficos para la muleta. Talavante, que está inspirado, y Morante, que está esforzado, cortaron una oreja y su primer y segundo toro, respectivamente.
Pero la polémica vino en el cuarto. Toro que cumplió sin más en varas y que fue una máquina de embestir en la muleta, y de menos a más, como suele suceder en los toros bravos de esta ganadería, acabó embistiendo de ensueño. Finito, que empezó con alguna duda, logró torearlo al natural, el pitón del toro, como hacía años que no lo veíamos. Faena larga, maciza, sin duda de los máximos trofeos. Pero el mal moderno de la indultitis acudió a la mente del torero como el máximo premio a su labor, y empezó a echar al público encima del presidente. A cada indicación del presidente de que entrara a matar, respondía Finito con una nueva tanda y aspavientos de que no lo mataba. Y a cada gesto y a cada tanda, la bronca arreciaba pidiendo el indulto, aunque también un buen número de aficionados aplaudían al presidente. Entre bronca y bronca, ya con el toro queriéndose ir a tablas aburrido de tanto embestir, el presidente mantuvo firmemente su criterio y fueron cayendo los tres avisos. Y para acabar el esperpento Finito, ahora sí, entra a matar mientras los alguacilillos le hacían ostensibles indicaciones desde la barrera de que estaba a deshora. El escándalo estaba servido.
Lo que era una faena de máximos trofeos y vuelta al ruedo al toro se quedó en gran bronca (y muchos aplausos) al presidente, ningún trofeo para el matador y ningún premio para el toro. En mi opinión, Finito se equivocó, y gravemente. Estropeó una faena de rabo por un absurdo pulso con el presidente. Si a la segunda indicación de éste de que lo matara, le da una estocada, estamos hablando de dos orejas y rabo y vuelta al toro con la repercusión que eso hubiera tenido. Y ahora lo que estamos es divididos entre los partidarios de la indultitis como máximo premio a una labor y los que pensamos que eso es una cuestión reservada exclusivamente para los toros excepcionales, dos o tres por temporada, y no 40 como tenemos actualmente.
Dicho esto, también hay que decir que la polémica alimentó siempre la Fiesta, y que estaremos hablando de Finito, el toro y el presidente por algún tiempo, lo cual también es bueno.