El Domingo de Resurrección es el día más importante del abono sevillano. Es el cartel por excelencia. Estamos siempre deseosos de que llegue para que rompa la temporada en La Maestranza. Aprovechamos para saludar a los amigos y vecinos a los que no vemos desde San Miguel. Como todos los de nuestras edades, primero hablamos de salud y, después, de toros. Se hace recuento de los que faltan y se especula si es por salud o dinero, este año por dinero. Ya veremos hoy, con un cartel más flojo, si es verdad lo que dicen, de que se han perdido más de mil abonos con respecto al año anterior.
El cartel era inmejorable, Morante, El Juli y Manzanares ¡ahí es nada! Es el que hubiéramos firmado el noventa por ciento de los abonados, pero el ganado era lo que era. La corrida de Daniel Ruiz ha sido muy desigual, en edad y en presentación. En general, ha tenido poca fuerza y ha habido desde toros sobrados de kilos y cómodos de cabeza, a toros agresivos por delante y hasta uno impresentable para Sevilla, el cuarto, al que, por cierto, nadie protestó. Se nota el público festivo del Domingo de Resurrección. Y eso que ya nos aplacaron con dos puyazos en forma de tormenta de primavera, generosa de agua, durante los dos primeros. Así estábamos más preocupados de las varillas de los paraguas y del agua que nos chorreaba que de lo que pasaba en el ruedo, que tampoco era gran cosa.
Morante sólo ha estado en “Morante” en el quite al tercero, con una media de ensueño. El Juli está como acabó el año pasado, sobrado de ganas y de técnica. Su primero, con pocas fuerzas lo brindó al público, sin que supiéramos muy bien por qué. A su segundo, por el que tampoco dábamos un duro, lo entendió a la perfección, le dio su distancia y el toro se fue viniendo arriba. Estocada en su peculiar estilo, algo contraria, y dos orejas generosas, que más bien parecían para amortizar el coste de las entradas y poderlo contar.
Manzanares no se ha encontrado cómodo en toda la tarde. A su primero, con poca fuerza, no le dio distancia y en su segundo, con genio, tampoco se acopló, perdiéndose en una faena larguísima y algo acelerada, pasando, al final, un mal rato. Se le ha visto precipitado, con la muleta ya en la mano en los tercios de banderillas. Por cierto, sus banderilleros siguen siendo lo mejor del escalafón.