Los toros son el espectáculo donde más participa el público en su desarrollo. No sólo en la concesión de trofeos, sino en la devolución del ganado y, muchas veces, en el devenir de las faenas, aprobando o criticando su desarrollo. A los toros hay que ir acompañado, las corridas tienen que ser comentadas, aunque sea bajito para no molestar a los demás. Cuando he tenido que ir sólo a alguna plaza, enseguida he intentado pegar la hebra con el vecino, si la plaza era la de Madrid esto no era necesario porque allí no paran de hablar. Con mis amigos del tendido dos llevo muchos años viendo toros y ya nos conocemos como para saber nuestras debilidades. Me gusta estar rodeado de buena gente porque nunca se nos hace una corrida aburrida, aunque sea como la de ayer, siempre tenemos algo de lo que hablar.
La corrida de Manolo González ha sido un tostón. Además, no se ha lidiado completa, y creo que es le primera de la feria en la que no se anuncian los seis toros. Algún toro, como el primero, por debajo del límite de lo que debe ser Sevilla, y otros fuera de tipo. En general ha sido mansa y descastada, parada y embistiendo con las caras altas.
Después de las dos orejas del año pasado en Madrid, Juan Mora parece un torero recuperado. Se le ve andarles a los toros con seguridad, y la estampa de toreo clásico sorprende por su novedad. Así estamos, que el toreo clásico es novedad. Quizás su primero más lejos de las tablas le hubiera ayudado, pero su segundo más que embestir topaba, como varios de sus hermanos. A Curro Díaz le correspondió un primero muy parado y cuando en el segundo (de Salvador Domecq) parecía que le había enjaretado una serie, al terminar ésta el toro lo cazó y le pegó una cornada por debajo de la rodilla. Una lástima porque llevábamos una feria inmaculada, sin ni siquiera una voltereta, que yo recuerde.
El Fandi ha estado como se esperaba. Con el respeto que me merece que lleve varios años siendo el líder del escalafón en número de festejos, este torero no parece progresar. Y me refiero a mejorar, aunque sea a torear con temple. Eso sí, cuando arranca la moto en banderillas no hay quien lo pare. Un vecino decía que no tenía dos piernas, que tenía unos alicates.