La corrida del Corpus de Sevilla estuvo presidida por el calor propio de la época y de la ciudad. Asistir a una corrida de toros con cuarenta grados a la sombra es un ejercicio de afición sin límites. Sólo estábamos los abonados “jartibles” y los invitados de los abonados que habían preferido no ir. Los de sol se apretaban en los asientos donde daba la sombra, porque ver la corrida al sol era temerario. Fuera de la plaza una decena de reventas, ofrecía entradas en tacos gordos. En tardes como la de ayer se puede apreciar claramente que la reventa está abonada y que la corrida interesaba muy poco.
La terna compuesta por Abellán, Bautista y César Jiménez, son toreros muy placeados y con suficiente experiencia para ofrecer algo más de lo vimos. Tampoco parecieron darle importancia al festejo, y dos de ellos vistieron de plata en vez de oro. Los toros de Carmen Segovia propiciaron poco lucimiento y menos emoción. Flojos, algunos mansearon, otros sin clase y sin casta. Sólo en el primero Abellán dibujó algún pase, pero el toro era tan sin alma que aquello decía poco.
Juan Bautista, a su estilo, lo intentó en los dos, y César Jiménez, que ha mejorado respecto a su etapa anterior, tampoco hizo nada de mérito.
Por otra parte, la plaza con el calor que caía estaba como dormida, con una galbana como de haberse despertado de la siesta de mal humor, y con poca predisposición a ver toros. Como si para esa hora debiéramos estar en otro sitio.