No sé qué le habrá parecido a ustedes, pero tengo la impresión de que hemos terminado una de las temporadas taurinas más planas de los últimos años.
Dejemos a El Juli aparte. José Tomás fuera de combate desde el mes de abril y sin poder reaparecer. Manzanares, con el preoperatorio de las lumbares y el postoperatorio de los tendones. Perera con las lumbares se pierde media temporada. Morante sólo con cuentagotas. El Cid entre que me voy a recuperar y me voy recuperando, aunque ha acabado la temporada muy bien. Castella desconocido. Ponce de retirada. Talavante con uno de cada veinte. A Luque ni se le espera después de sus cuarenta silencios entre Madrid y Sevilla. Supongo que me dejaré a muchos, pero de lo demás sólo algún detalle (Cortés, Oliva Soto, Mora) el resto del montón, y que me perdonen.
Ante tanta mediocridad y aburrimiento, sólo El Juli ha sido capaz de echarse la temporada a sus espaldas y ha pechado, casi en solitario, con el peso de la misma. Ha toreado mucho, pudiéndole a casi todos los toros y toreando cada vez más templado y más largo.
Y de los toros para qué vamos a hablar. La falta de casta de muchas ganaderías es un tema preocupante. Quizás solo lo de Núñez del Cuvillo y lo de El Pilar han mantenido cierta regularidad. Hemos visto demasiadas devoluciones, toros que iban de plaza en plaza a la espera de pasar el reconocimiento en alguna, toros indecorosos para determinadas plazas y apoderados que sólo buscan el corto plazo sin pensar en que nosotros, los aficionados, somos los clientes al fin y al cabo, y nos están echando de las plazas. Con esto de la crisis han debido de pensar que los verdaderos aficionados van a ir a los toros, sí o sí, a ver lo que sea y al precio que sea, y se olvidan de que si no meten gente nueva en las plazas esto se acaba.
El resultado lo tenemos a la vista, paupérrimas entradas para festejos sin interés. Sólo la polémica de la prohibición catalana ha mantenido viva la pasión de la Fiesta.