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Vaya por delante que no soy partidario de las encerronas, por cierto si encuentran otro término para esto de un solo torero con seis toros, por favor, háganmelo saber, porque la palabra ya de por sí es negativa.
Decía que no me gustan este tipo de festejos donde el mismo torero sale seis veces seguidas a parar de la misma manera al que parece el mismo toro siempre, haciendo las cosas que ya le vimos antes, en una sucesión de hechos que recuerdan a los del “Día de la Marmota”. Hay que ser un torero muy variado y de amplio repertorio para entretener al público. Yo prefiero la terna de toda la vida, con su competencia y su variedad.
La encerrona es extremista, o se sale endiosado o se sale fracasado, pocas veces caben las medias tintas. La encerrona le pesa mucho al torero cuando en los tres primeros toros no ha pasado nada y es muy difícil de revertir la situación. Recordamos muchos fracasos en este tipo de festejos, para qué recordarlos, y también sonoros éxitos que se guardan el recuerdo para siempre.
Este año parece que este tipo de festejo se ha puesto de moda, no es normal encontrárselos en plenos abonos de las ferias de Sevilla y Madrid (y los que nos quedan). No sé si es por dar variedad a los carteles, por la crisis, o por crear otras expectativas, pero la realidad es que se han puesto de moda. Y a la vista de los resultados, más valía que no lo hubieran hecho. Manzanares fracasó en Sevilla con todo a favor, porque a pesar de las dos orejas del último toro no cumplió las expectativas creadas, y ayer Talavante fracasó en Madrid.
Talavante había creado una expectación inusitada. Primero porque los toros eran nada más y nada menos que victorinos, los preferidos del difícil público de Madrid y después porque el marketing previo, con spot de televisión incluido, y la retransmisión de Canal+, había hecho hablar de toros a mucha gente. Uno a uno fueron saliendo los victorinos, uno a uno los fue parando de la misma manera el mismo torero, y uno a uno se fueron al desolladero de la misma forma, sin poder torearlos. Entre el viento, la falta de casta del ganado y la falta de actitud del torero incapaz de levantar el ánimo y la tarde, ésta se diluyó en la hora y 50 minutos en que despachó a los seis victorinos. Fracaso del torero y también fracaso del ganadero. La exagerada bronca final del público de Madrid supongo que era fruto de la frustración del ganado y de la falta de ánimo que transmitió el torero. Esperemos que haya autocritica de todas las partes.
Con el fracaso de Talavante y Victorino hemos perdido todos los aficionados, porque seguimos dando argumentos para que la gente no vuelva a las plazas. Cuando vuelva la emoción, volverá la afición.