Si le digo a ustedes que lo más emotivo de la tarde ha sido la ovación con que la afición sevillana, siempre sensible, hizo saludar a Morante al romper el paseíllo en homenaje a la inolvidable faena del viernes, y leen ustedes que se han cortado dos orejas, seguramente me podrán tachar de aguafiestas, y puede que tengan razón. Pero es que de lo que hemos visto esta tarde poco se nos va a quedar en el recuerdo.
Cuando salieron los carteles del abono allá por febrero, y vimos que el cierre de temporada era otra corrida de Juan Pedro Domecq, nos encomendamos al destino, pero como Morante ha hecho la temporada que ha hecho y el viernes hizo la faena que hizo, fuimos a la plaza tan esperanzados como siempre, igual que los miles de personas que, hoy sí, llenaron la plaza de toros. Pero como dice el dicho taurino, el hombre propone y el toro descompone.
El primer toro, bien presentado como toda la corrida, fue flojo y derrengado y debió ser devuelto sin paliativos, y todavía no nos explicamos por qué no lo hizo el señor presidente, seguramente por ser el primero y temeroso de que tuviera que devolver alguno más. Con este material imposible torear. El segundo de Morante tenía un recorrido igual a cero, o sea nulo.
El segundo Juanpedro tuvo un poco más de fuelle y fue de menos a más, incluso acabó arrancándose de largo en la última serie de adorno. Con muchas ganas de agradar Ginés Marín le cortó una oreja, donde destacó la disposición del torero. A su segundo que se defendía más que atacaba no acabó de cogerle el aire entre enganchones.
El tercero no fue malo, pero tenía poco empuje y menos brío, si no hubiéramos visto una gran faena de Pablo Aguado, que quedó sólo en buena. Otra oreja. El toro que cerraba temporada fue bruto y hasta peligroso. Aguado estuvo muy valeroso con él.
Será hasta el año que viene.