A la última corrida de toros de la temporada sevillana acudimos con la misma ilusión que a la primera. Los aficionados somos “inasequibles al desaliento”, y de eso se aprovechan los taurinos. Pero nuestro gozo en un pozo, fracaso total. Los toros de Daniel Ruiz, algunos destartalados, sin cuello, sin casta ni raza y alguno manso, se cargaron el festejo. Sólo el lote de Ángel Jiménez, primero y último, tuvieron posibilidades. El medio, el vacío total.
Morante de la Pueblo, vestía un terno celeste y azabache, inspirado en los de Joselito El Gallo. Como casi toda la temporada, tuvo mala suerte en el sorteo. Esto de la eterna mala suerte de Morante es algo estadísticamente injustificable, de modo que habrá que buscarle otras razones, como que obliga mucho a los toros con el capote. Pero esta tarde nada, eran malos per se. Su primero se quedaba corto y era soso. Algún detalle torero en la faena, pinchazo y estocada corta. Su segundo imposible. “Importante” se llamaba, pero lo que tenía importante era su mansedumbre, descastado y sin fuerzas. Desesperante. Morante le hizo lo que se merecía, la faena del sanseacabó, dos pases y a matar.
El tercero pegaba cabezazos y tenía las fuerzas justas. Tan malo fue que no le sirvió ni a un torero tan poderoso como El Juli. El quinto desarrolló sentido, también sin fuerzas ni recorrido. Una prenda. Después de entrar a matar le echó mano al torero, prendiéndolo por el glúteo de fea manera. Menos mal que la cosa no pasó del susto y de una pequeña herida en la frente. Al terminar el festejo pasó a la enfermería. Esperemos que no sea nada.
Como decía, el lote se lo llevó Ángel Jiménez. El de su alternativa le enganchó mucho la muleta en la primera parte de la faena, que fue a más. Le tocaron la música en la séptima tanda. Pinchazo y estocada baja, leve petición y vuelta. El en último, ya con la gente deprimida, salió a por todas, y se fue a porta gayola. La faena fue algo forzada. Mató de estocada trasera y tendida y el toro tardó en caer cinco minutos, con aviso incluido. Le dieron una oreja que no nos hizo olvidar el fracaso de la tarde.