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Rafaelillo ha vuelto a estar cumbre con la de Miura. Si en el mes de junio fue en Madrid, donde tuve el privilegio de estar, en el mes de julio ha sido en Valencia, donde ha toreado como hacía tiempo que no veíamos torear a un miura.
Los miuras no son los toros descastados, bobalicones y obedientes a los que, desgraciadamente nos estamos acostumbrando últimamente. El toro moderno, el que llaman el Toro2.0, tan apreciado por las figuras, esas que nos piden que seamos más triunfalistas y menos ortodoxos. Hasta el toro más noble de miura, si a un toro de este encaste se le puede insultar con este calificativo, tiene mucho que torear y más que exponer. El último de Rafaelillo en Valencia, al que ha toreado superior, iba largo y templado, pero había que hacerlo ir. Porque para que fuera había que ponérsela en el sitio, y esperar unas décimas de segundos eternas a que el toro se la tragara, en la duda de si iba a ir a por la muleta o a por el torero. Muchísimo mérito el de este matador que exprime los miuras hasta el último aliento.
En Madrid se le escapó la puerta grande, y en Valencia también, la espada no es su aliada. Pero ha dado una tarde de vergüenza torera, de superación y de emoción que dignifica el mundo del toro.
Otra cosa, me quito también el sombrero con Escribano, que no se ha querido dejar ganar la partida en un mano a mano de verdad, y no esos prefabricados de las figuras que nadie pide y que empiezan con besos en el patio de caballos. “Rafaelillo ha estado perfecto el cabrón” decía Escribano, que se ha dejado literalmente coger por su último toro con tal de darle réplica a lo que era perfecto.