La corrida del martes en Sevilla puede ser un buen ejemplo de la corrida moderna. Se lidiaron los toros modernos que han acabado de imponer las figuras, o lo que quieren que sea el toro moderno. Noble, obediente y descastado. Pero la realidad es distinta a los deseos. Cuando la falta de casta hace que el toro no se nueva o rompa en manso, el espectáculo es imposible. Pero aun cuando el depósito de fuerzas los hace moverse un poco, sus embestidas son sin ninguna trasmisión, sin profundidad, con las miradas perdidas, como si no quieran embestir, y así el lucimiento es imposible.
Cuando la emoción no la pone el toro la tiene que poner el torero, y eso es un problema. Morante, que quizás sea el único torero capaz de emocionarnos ante un toro sin emoción, dejó entrever en su segundo la categoría de toreo que atesora. Perera intenta poner la emoción con sus cercanías, y Javier Jiménez con su juventud y buena lidia. El resultado un festejo tedioso y aburrido, en el que ya no sabes cómo sentarte ni de qué hablar con los vecinos y en el que los efectos del almuerzo en la Feria hacen que veamos más de una cabeza alrededor. Mala cosa.