La mejor noticia para la empresa, y para todos, fue otra entrada de no hay billetes. Morante, Urdiales y Manzanares habían levantado expectación, con muchos visitantes en los tendidos. Pero los toros de Juan Pedro Domecq, sólo tenían fachada. Bien presentada, astifina y agresiva por delante, tanto que el presidente del Club Cocherito de Bilbao, con el que estuvimos de tertulia posterior en la sede Los 40, dijo que habría pasado sin ningún problema en la plaza de toros de Bilbao. Sin embargo, la falta de raza y de casta fue su denominador común, para hacer una corrida larga, aburrida y por momentos tediosa.
El primero de Morante no podía ni con su aliento y poco pudimos ver. Ni las verónicas de recibo pudo rematar. Antes de salir su segundo se produjo un hecho insólito, mando regar el piso de nuevo, y allí salieron los sirvientes de la manguera a encharcar parte del ruedo. El caso es que el cuarto bis que salió, o tenía la misma poca fuerza de sus hermanos, o se resbalaba en el piso. Tanto que Morante se lo llevó a torear a lo seco, también influenciado por la mansedumbre de un toro sin maldad ninguna. En terrenos de chiqueros le fue sacando todo lo que pudo y hasta se enfadaron con la banda por no tocar. Faena larga, de un aviso.
Diego Urdiales ha hecho, o intentado hacer, lo más clásico de la tarde. Su primero también flojeaba mucho, pero duró en la muleta más de lo que presagiaban sus escasas fuerzas. El bajonazo lo deslució todo. En su segundo, con algo más de genio, parecía que podía remontar la tarde, pero la faena tuvo muchos altibajos. Otro aviso
Manzanares tampoco ha podido redondear nada. Su primero fue de poco a menos, y él con su estilo habitual elegante y despegado. Pincho varias veces, cosa rara. Su segundo fue algo más exigente, y el torero se esforzó en agradar, en una faena larga pero que, después de casi tres horas de festejo, no conectó con el público
En resumen, un petardo de casi tres horas.